domingo, 30 de octubre de 2011

La desacralización de las palabras

Una vez que se caen los símbolos y se entiende que se vaciaron para poder ser llenados otra vez, se está superando. Porque vaciarlos es volverlos a su estado inicial, a su fecundidad primera, a su posibilidad de mil semillas.

Finalmente caen las palabras. Y sí, estoy queriendo decir las dos cosas a la vez. Porque las ideas revolotean y se acumulan, se agolpan, presionan y laten contenidas, llenas de vida en potencia y pidiendo aire, luz, acción. Y todo lo que hay que hacer es dejar que caigan por su propio peso. Entonces una tarde cualquiera en que las cosas, cuando no, siguieron un ritmo distinto al planeado, te hacen abrir los ojos en el tren y revolver la mochila buscando la fuente. Buscando volcar.

Y todo porque me olvidé el libro que finalmente estoy empezando a saborear. Qué curioso, justo ahora, cuando más y más símbolos se vacían. O tal vez fueron los músicos callejeros y esas cuerdas que tan bien chasqueaban. Qué lindo es cuando chasquean.

La verdad que sos muy divertida. Son lindas las conexiones. ¿Y sabés cuando son más lindas? Cuando son naturales, sin fuerza, curiosas, vertiginosas y hambrientas. Cuando se liberan como una rendijita que va dejando pasar un hilito de luz, hasta que ese hilito se vuelve un torrente de energía que todo lo abarca y todo lo inunda y a nadie ahoga, al contrario, es luz creadora, vital, insuflante.

Pasa. Pelikan y el borde del absurdo. El preguntarse y frenarse. El decir ahora qué. El no querer arruinar un texto, como si tuviéramos el control del mismo.

Michal Balzari (lo digo así para que suene más literato) dijo que cuando hace arte es algo así como un vehículo. Que la energía baja hacia él, lo atraviesa y se proyecta. Como la pirámide de Pink Floyd. Es un poco así. Y es cuando comprendo que los textos no se fuerzan, o al menos no estos textos. Que está bien, uno quiere escribir. Que también está bien, uno también empieza a estar bloquedo. ¡¡JÁ!! Como si fuera escritor. Pero hay que relajarse. Como dijo F, el amor al volver estará y si no está no era tan amor. Lo mismo pasa con las palabras. Que son hilachas, pero al revés. Uno tira de ellas y en vez de desarmar traman, se unen, cubren y abarcan. Se hacen materia, ondas, llegan a vos, te mueven, se hacen carne, las devolvés, circulan, se revuelven y se vuelven a deshilachar sólo para volver a hilacharse. Las palabras nunca mueren. Como el fuego, como yo, como vos, como aquellos y como los que vendrán. Otra vez, sí, otra vez, todos los fuegos son el fuego y todas las hojas son del viento como todas las letras son el hombre. Y no se puede refrenar, no se puede aniquilar ni contener, aunque uno crea que sí. Es indisimulable, irrevocable, porque así es la vida cuando quiere vivir y así son los sueños cuanto te nacen en el pecho y tienen todo el sentido que tienen que tener, a pesar de los dedos, de los perros, de la envidia y de las cobardías transferidas.

Gente es así, escuchense. No, no es asá, es así. Como vos lo sentís, como a vos te late, como a vos te galopa. Y es así porque es en vos y si es en vos es en otros y es en todos, aunque de todos los que se animen a escucharlo, a decirlo, a escribirlo, seamos sólo unos pocos.



Seamos cada vez más. El mundo es nuestro.

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