domingo, 30 de octubre de 2011

0109

Quien me ame tendrá que amar también la manera en que amo el mundo que amo, y tal vez amarlo en la misma dirección.

Sería bueno, comensales (con el debido respeto L) que si yo con mis textos les hablo, los interpelo, les pregunto y les hago guiños me contesten, me devuelvan e intercambiemos. A fin de cuentas las palabras no son más que excusas.

La gente todavía habla en los trenes. La gente todavía habla en los colectivos. El destino siempre será chambón y siempre se charlará en las carrozas de caballos, saboreando tortas fritas, aunque tantos quieran anularlo, conectarnos y automatizarnos. Eso nunca a a pasar porque el hombre es hombre porque se rebela y nunca dejará de ser así.


Y eso fue un mal final. Aunque improvisado.

sac

Podría escribir hasta caerme dormido y ya no tiene sentido diferenciar un texto del otro. El ardor agota pero llena y sobre todo deja.
El ardor es sedimento. Es un río que arrastra desde muy arriba y trae de todo.
El ardor es olvidarse del temor de no tener qué escribir. Porque como buen ardor todo lo quema, todo lo anula, todo lo concentra. Es por un momento (y es necesario que sea sólo por un momento) el centro de toda nuestra existencia. En el ardor estamos y el ardor somos y del ardor nos alimentamos para mover las piezas, para romper los órdenes, para vivir. Sin el ardor seríamos objetos. Floreros o atizadores o fierros viejos o fríos u olvidados o fierros nuevos y cuidados. Pero objetos al fin. Y como objetos seríamos carentes de voluntad. Un objeto puede producir cosas hermosas, pero no lo hace por propia voluntad. Lo hace sólo a través del ardor del hombre que lo dota de movimiento y de luz.

Eso es el hombre. Movimiento. Dolor. Fuego. Chichón en la frente, caída libre y trampolín al vacío. Siempre fue así y eso fue todo lo que permitió que la humanidad se mueva.

¿Realmente ustedes pueden distinguir un texto del otro? No, seguro que no, como tampoco yo, aunque hay frases que sientan bien como finales y hay que dejarlas ser.

El ardor te saca el sueño, te agarrota el brazo, te transpira la mano y te subvierte el tiempo, las prioridades y los recorridos. Es cuando el outside es in y el inside es out. No puedo creer que digan que las canciones de Lennon eran crípticas. ¡POR FAVOR! ¡Son el agua misma! Y además de lo transparente, porque son vitales y nutritivas.

El ardor te agota. Como llorar. Te deja humeante, te deja tela caída y aplastada, mitad en el piso, mitad en la pared. Pero tela por la que pasó un viento que movió, sacudió, dio vida, te trajo de allá para acá y te llevó de acá para allá.

Suena Vicentico en el tren. Justo al lado mío. El ardor me pesa en las pupilas y Gabriel Fernandez, la verdad, se antepone entre mi cabeza y la lapicera. Así que bajo la persiana por hoy. Aunque eso no exista.

Salud y buenos alimentos.

Algún día voy a escribir sobre la importancia de los cuadernos (guau, más de 4 hojas de cuaderno)








Hoy, más de un día después, puedo decir que sí, que el bajar la persiana no existe. Y que cuando el texto llama llama y tenés que dejar de caminar para escribirlo y por más que luego te propongas seguir caminando vas a tener que volver a detenerte, volver a abrir el cuaderno y seguir volcando. Es así y amo que así sea.

La desacralización de las palabras

Una vez que se caen los símbolos y se entiende que se vaciaron para poder ser llenados otra vez, se está superando. Porque vaciarlos es volverlos a su estado inicial, a su fecundidad primera, a su posibilidad de mil semillas.

Finalmente caen las palabras. Y sí, estoy queriendo decir las dos cosas a la vez. Porque las ideas revolotean y se acumulan, se agolpan, presionan y laten contenidas, llenas de vida en potencia y pidiendo aire, luz, acción. Y todo lo que hay que hacer es dejar que caigan por su propio peso. Entonces una tarde cualquiera en que las cosas, cuando no, siguieron un ritmo distinto al planeado, te hacen abrir los ojos en el tren y revolver la mochila buscando la fuente. Buscando volcar.

Y todo porque me olvidé el libro que finalmente estoy empezando a saborear. Qué curioso, justo ahora, cuando más y más símbolos se vacían. O tal vez fueron los músicos callejeros y esas cuerdas que tan bien chasqueaban. Qué lindo es cuando chasquean.

La verdad que sos muy divertida. Son lindas las conexiones. ¿Y sabés cuando son más lindas? Cuando son naturales, sin fuerza, curiosas, vertiginosas y hambrientas. Cuando se liberan como una rendijita que va dejando pasar un hilito de luz, hasta que ese hilito se vuelve un torrente de energía que todo lo abarca y todo lo inunda y a nadie ahoga, al contrario, es luz creadora, vital, insuflante.

Pasa. Pelikan y el borde del absurdo. El preguntarse y frenarse. El decir ahora qué. El no querer arruinar un texto, como si tuviéramos el control del mismo.

Michal Balzari (lo digo así para que suene más literato) dijo que cuando hace arte es algo así como un vehículo. Que la energía baja hacia él, lo atraviesa y se proyecta. Como la pirámide de Pink Floyd. Es un poco así. Y es cuando comprendo que los textos no se fuerzan, o al menos no estos textos. Que está bien, uno quiere escribir. Que también está bien, uno también empieza a estar bloquedo. ¡¡JÁ!! Como si fuera escritor. Pero hay que relajarse. Como dijo F, el amor al volver estará y si no está no era tan amor. Lo mismo pasa con las palabras. Que son hilachas, pero al revés. Uno tira de ellas y en vez de desarmar traman, se unen, cubren y abarcan. Se hacen materia, ondas, llegan a vos, te mueven, se hacen carne, las devolvés, circulan, se revuelven y se vuelven a deshilachar sólo para volver a hilacharse. Las palabras nunca mueren. Como el fuego, como yo, como vos, como aquellos y como los que vendrán. Otra vez, sí, otra vez, todos los fuegos son el fuego y todas las hojas son del viento como todas las letras son el hombre. Y no se puede refrenar, no se puede aniquilar ni contener, aunque uno crea que sí. Es indisimulable, irrevocable, porque así es la vida cuando quiere vivir y así son los sueños cuanto te nacen en el pecho y tienen todo el sentido que tienen que tener, a pesar de los dedos, de los perros, de la envidia y de las cobardías transferidas.

Gente es así, escuchense. No, no es asá, es así. Como vos lo sentís, como a vos te late, como a vos te galopa. Y es así porque es en vos y si es en vos es en otros y es en todos, aunque de todos los que se animen a escucharlo, a decirlo, a escribirlo, seamos sólo unos pocos.



Seamos cada vez más. El mundo es nuestro.

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Llorando con Serrat en la ciudad de nombre inglés entendí que la música conmueve tanto a los corazones porque estos, en su expresión primera y vital que es el latido, suenan. Y el sonido es, entonces, el cordón de plata de la vida, que une todos nuestros devenires con nuestro origen, existencia y eternidad.

Y eso es probablemente lo más lindo que dije en mi vida. Además de te amo, los quiero y hermana.